La visualización puede revelar nuestros sesgos implícitos
...en este caso, contra las personas transgénero o de género no binario.
Entre los muchos beneficios de la visualización de datos —uno que rara vez se menciona— está su poder para revelar, y luego reforzar o socavar, prejuicios implícitos.
Por favor, echa un vistazo rápido a los siguientes gráficos. Examina tus sentimientos inmediatos sobre ellos y tu primera impresión de lo que representan:
El primer pensamiento que tal vez cruce tu mente sobre el primer gráfico es «las personas en generaciones más jóvenes parecen sentirse más cómodas expresando quiénes son». Mi propia reacción al segundo gráfico fue «estupendo, parece que más personas tienen acceso a la atención que pueden necesitar».
Uno podría añadir a continuación: debemos prestar menos atención al aumento de personas a las que se recomienda acudir a una clínica de género (el número inicial y el aumento son minúsculos y, desde luego, no son una “explosión”, como han escrito algunos comentaristas desinformados), y más atención a las personas a quienes el gráfico no contempla ni cuenta. Me refiero a aquellos que podrían beneficiarse de este tipo de atención médica pero no pueden acceder a ella, a veces porque se les ha privado del derecho a obtenerla.
Si tu reacción instantánea a cualquiera de estos gráficos es de alarma o incluso de disgusto («estos jóvenes de hoy en día, ¿qué le pasa al mundo?»), es probable que tengas un prejuicio implícito contra las personas que no se adaptan a lo que tú crees que son comportamientos sexuales o de género normales y correctos. Quizás debas meditar sobre ello.
Sobre el segundo gráfico, apuesto a que las reacciones negativas son comunes entre reporteros y editores en publicaciones periodísticas prestigiosas, especialmente The New York Times, The Guardian, The Atlantic y The Economist. Baso mi suposición en el hecho de que estas publicaciones han alimentado la reciente histeria colectiva sobre la juventud trans y la atención que a veces recibe. Esta histeria usa un lenguaje similar al de anteriores pánicos morales sobre la comunidad gay. Los periodistas parece que no aprendemos de nuestra propia historia reciente, que es bastante oscura.
Detrás de gran parte de la reciente cobertura periodística sobre asuntos trans, generalmente defectuosa, sesgada, ignorante y estadísticamente no representativa, hay una serie de prejuicios que todo el mundo en los periódicos y revistas mencionados arriba probablemente negarán tener («¿cómo te atreves a decir eso sobre mí? ¡Soy una persona de mente abierta!»): Que ser de género no conforme —más específicamente, transgénero— no es normal, que es algo que nadie debería desear y que puede ser contagioso (no lo es).
Estoy convencido de que sin estos prejuicios implícitos interconectados —que, nuevamente, se pueden revelar mirando los gráficos anteriores y luego rápidamente diciendo lo se que piensa sobre ellos— no veríamos obsesión tan persistente sobre estos asuntos en los medios de comunicación. ¿Cómo es de obsesiva esta obsesión, tal vez te preguntes? Según algunos, The New York Times dedicó a la atención afirmativa de género más de 25,000 palabras (la mayoría de ellas en largas historias en su primera página) en tan sólo ocho meses de 2023. En mi opinión, la mayor parte de esta cobertura no cumple con estándares periodísticos elementales.
Por supuesto, estos prejuicios subyacentes no tienen base. Las personas de género no conforme son tan normales —en el sentido cotidiano de esa palabra— como las personas cisgénero, gay o heterosexuales. Estas personas no son típicas (estamos hablando de una minoría que intenta sobrevivir a una campaña de odio bien organizada) pero ninguno de nosotros es típico de una forma u otra, ¿verdad? ¿Por qué ser atípico en género o sexualidad es diferente que ser atípico cuando se trata de otros rasgos físicos o psicológicos? No lo es. Se trata de uno entre muchos ejemplos de la inmensa variabilidad y diversidad de la experiencia humana, que todavía estamos descubriendo.
En relación con todo esto, en los últimos dos años he pensado mucho sobre los orígenes y la genealogía de las nociones modernas de normalidad y normatividad, sobre su conexión con el prejuicio y el odio, y sobre cómo los datos y los gráficos ayudan a perpetuarlas. Me encantaría escribir más al respecto en el futuro, ya que creo que es algo de lo que muchos periodistas y diseñadores de visualización no son conscientes.
Como suele suceder cuando una idea se apodera de mi cerebro, no he podido dejar de leer sobre ello durante meses. Caí en una madriguera de conejo primero al releer Data Feminism (sus autoras, Catherine D’Ignazio y Lauren Klein, están a punto de lanzar nuevos libros, que parecen excelentes) y el libro y podcast de Lewis Raven Wallace, The View From Somewhere. También he echado un segundo vistazo a las historias del pensamiento estadístico que tengo en mis estanterías, como las de Stephen Stigler, Peter Bernstein e Ian Hacking.
Entre los últimos libros que he leído, recomiendo Normality: A Critical Genealogy (Peter Cryle y Elizabeth Stephens), From Disgust to Humanity (Martha Nussbaum) y Empire of Normality (Robert Chapman).
Quizás todo este trabajo acabe algún día convirtiéndose en un nuevo libro. El tiempo lo dirá.
(Os dejo con algo de música que evoca buenos recuerdos: Black Sabbath está a punto de lanzar versiones remasterizadas de un puñado de álbumes injustamente olvidados. La canción más icónica en ellos es la atronadora Headless Cross):